Tú, mi sueño (parte 4)
¿Quién era él? ¿Quién era su él? ¿Quién sería su él?
Los chicos y chicas de la clase de Mariana empezaban
a tener novios y novias. Ella no. Incluso muchas veces no le gustaba nadie. No
se gustaba ni a sí misma.
Seguía con sus visitas al psicólogo pero ahora ya
menos a menudo. Una vez a la semana, una vez cada dos semanas, una vez al mes y
así progresivamente hasta dejar de ir.
Ella pensaba, ¿quién puede ser mi novio? Pero no le
gustaba nadie. En su cabeza solo se repetía la frase que ella no encontraría a
nadie. Ella nunca tendría novio. A mí no
me querrá nadie se decía. ¿Quién va
quererme a mí siendo gorda? Nadie. Así que ya no quería que nadie le
gustase, porque como no sería su novio, ya no quería sufrir más. Ya tenía
suficiente con lo que sufría con el otro tema en soledad.
Y, es curioso, pero con su hermano se escondían de
sus abuelos y comían chuches y potajes que se hacían ellos mismos. Mariana
nunca perdió el hambre.
Una semana en la Super Pop o en alguna de estas
revistas, regalaban una tarjeta que ponías en una punta un dedo, y en la otra punta
otro dedo. Esperabas unos segundos y según el color que salía en el medio de la
tarjeta sabias si eras compatible con la persona con la que habías puesto el
dedo. Mariana aún era una niña y se creía estos juegos, con lo que no quería
hacerlo. Pensaba que cuando ella lo hiciese, no saldría ningún color.
¿Dónde estaba la niña que hacía de reportera?,
¿Dónde estaba la niña alegre, contenta, feliz, que siempre se reía? ¿Dónde
estaba la niña llena de luz?
Ahora solo había oscuridad en su vida.
¿Cómo pueden tres personas arruinar la niñez de una persona
cinco años menor que ellos?, ¿Tan amargados estaban que necesitaban amargar a
quien era feliz?
Mariana había pasado de la risa a la tristeza, de
las alegrías a las penas, de aceptar los piropos a que la ofendieran. Un día,
ya de adolescente, Mariana estaba en una discoteca. Un chico se acercó a ella y
le dijo que qué guapa era. Mariana le respondió que no se riera de ella. Que
diciendo nada estaba más mono. La cara de este pobre chico aún está grabada en
la mente de Mariana. El chico le respondió que no se estaba riendo de ella, que
de verdad pensaba que era muy guapa. Mariana se mosqueo de tal forma que empezó
a gritarle diciéndole que dejara de reírse de ella.
La conversación terminó que este chico le dijo a
Mariana que no estaba bien de la cabeza. Y con razón pobre chico.
Años más tarde, Mariana se ha encontrado este chico
por las calles de su pueblo. En más de una ocasión, Mariana, ha pensado en
pedirle perdón por las formas que tuvo, no obstante nunca se ha atrevido. Han pasado
ya muchos años y seguramente este chico ni tan siquiera lo recuerda. Mariana,
no obstante, no descarta, si algún día se le da la ocasión, de pedirle perdón.
Mariana, que le encantaba la ropa, también dejó de gustarle.
Se vestía con ropa ancha. Casi siempre llevaba chándal. Quería la ropa más fea que
encontraba en la tienda. Nada femenina. Nunca se ponía faldas ni vestidos.
Quería pasar desapercibida. Quería desaparecer. Quería ser invisible. En su
cabeza solo se repetía gorda, fea, gorda, fea.
En el patio del cole tuvo otros episodios nada
agradables que prefiere no recordar. Bueno, prefiere no verbalizar. Todos,
relacionados con lo mismo. Mariana, nunca tuvo ningún problema con los
compañeros de su clase. Estos nunca le dijeron nada. Siempre fueron chicos
mayores que ella.
Mariana tenía un trauma. Pero al ser un trauma
interior, mucha gente no lo notaba. Mariana nunca lloraba en público. Ella
lloraba sola. Mariana nunca comía en público. De hecho, comer en un sitio público
le costó bastantes años empezar a hacerlo. Y si tenía que hacerlo, se
avergonzaba. Incluso muchas veces comía sin levantar la cabeza, ya que no quería
encontrarse con la mirada de nadie.
Sólo se olvidaba de sus problemas cuando estaba con
su abuelo. Incluso le gustaba que la llamara apisonadora. Porque se reía. Mucho. A carcajadas se reía. Pero su
abuelo, se puso muy enfermo, y se murió.
A Mariana se le derrumbó, aún más, su vida.
Tú, mi sueño.
Coral ·💋
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