*30y4*






Hola pequeñaja,

¿Qué tal los primeros días de vida? Te miro en esta fotografía y tengo la necesidad de decirte que me perdones. Aún no lo sabes, pero vas a sufrir. 
Vas a ser feliz, vas a ser infeliz y vas a tratar de ser feliz para siempre.

Han pasado 34 años desde que nos hicieron esta fotografía. Desde entonces hemos pasado frío y también calor. Hemos llorado y hemos reído. Hemos sido malas y hemos sido buenas. Nos hemos odiado y nos hemos querido.





Hoy miro nuestras fotografías desde que naciste y en nuestro 34 aniversario quiero pedirte perdón. Perdón por no saber qué había dentro de ti y solo fijarme en qué había fuera de mí. En realidad, perdón por fijarme en lo que veían algunos fuera de mí.

Desde que naciste, todo lo bonito ya estaba, pero no lo supe apreciar, ni valorar, ni ver. Quiero pedirte perdón por las veces que he deseado dejar de ser lo que éramos. Quiero pedirte perdón por las veces que te he maltratado, que te he insultado, que te he menospreciado, que me he avergonzado de ti. Quiero pedirte perdón por todos los momentos que quise que dejaras de existir. Los hubo. Tú ya lo sabes. En definitiva, quiero pedirte perdón por lo QUE TE HE ODIADO.

Quiero pedirte perdón, también, por todos los años que no he podido mirarte al espejo. Ojos frente a ojos. “Terapia” que ahora siempre aconsejo, porque es muy gratificante si sabes apreciar lo que tienes delante. Mirarse, hablarse, observarse, pensarse… Quiero pedirte perdón, también, por no querer salir a la calle, por no querer comprarte ropa de niña, de mujer, y querer comprarte disfraces para pasar desapercibida, por no querer tener amigos, por no querer tener pareja, por no querer conocer a nadie… perdón porque, siendo yo, no te conocía.  

Quiero pedirte perdón por no querer que nadie te quisiera. Yo no comprendía que alguien pudiera querernos.

Tenía una idea completamente equivocada de mí misma. Tenía la idea que otros habían creado de mí. No tenía mi idea de mí misma. Tenía su idea de mí misma.

Quiero pedirte perdón por querer ser otra persona. Por querer tener otro cuerpo, otra cara, otros pies, otras uñas, otro pelo… ¡espera!, ¡espera! no. El pelo es lo único que siempre me ha gustado de mí. ¡Sí! Durante muchos años pensaba: “bueno… al menos me gusta una cosa…me encanta mi pelo”. Pero también lo maltraté.

Lo maltraté porque trataba de ser otra persona, así que probaba otras personalidades. Me teñí de rubia casi blanca. Pero me cansé porque tampoco era yo. Seguía sin ser quien quería ser. Pero en realidad tampoco sabía quién quería ser. Me teñí de negro como el carbón. Con este color me encontraba más cómoda, la verdad, pero mis facciones se convirtieron en “demasiado duras”. Así que seguía sin ser yo y corté con mi larga melena. Larguísima. Dejándola por encima de los hombros y añadiendo un flequillo. Me hice íntima amiga del flequillo, ya que tapaba bastante mi cara. Eso me gustaba. Esa época fue en la que más cómoda me encontré con mi aspecto.

Pero no llegaba a encontrar exactamente quién quería ser, aparte de actriz. El motivo era porque me fascinaba la idea de ser otras personas y así no tener que pensar en quién era yo realmente. Si era actriz tendría que esforzarme en interpretar otro papel, y me motivaba pensar en hacer siempre diferentes. Así podría dejar de interpretar el papel más duro de mi vida: ser yo misma. Sí, has leído bien. Para mí, ser yo era lo más duro. Hice teatro en el colegio y me apasionaba. Qué alivio poder ser otras personas. Era feliz así. Interpretando otros papeles. Pero claro, eran papeles que no podía llevarme a casa. La casa de Bernarda Alba, los pastorcitos, el pesebre viviente… entre otras.

Siendo el mismo cuerpo era feliz porque pensaba que me sentía como se sentían otras personas. Pero estas tenían que quedarse siempre en los escenarios.
Así que, ya que no podía ser actriz, a medida que iba conociendo gente “cogía prestado” lo que gustaba; ya fueran formas de vestir, complementos, palabras usadas, hábitos… observaba qué era lo que gustaba de las otras personas (no lo que me gustaba a mí de las otras personas), sino lo que yo veía que gustaba a los demás. Y me lo aplicaba a mí. Incluso en una ocasión cambié mi forma de escribir a mano.

No sé si recordarás, hace años, que existían las revistas Súper Pop, Vale y otras. Pues bien, no sé en cuál de ellas había un apartado de “cartearse” con gente. Abro paréntesis. Gracias a Dios que en aquella época no existía ninguna de las redes sociales que hay hoy en día, ya que seguramente no estaríamos en este planeta. Tú y yo, me refiero. Cierro paréntesis. Pues bien, me puse a cartear con tres o cuatro personas. ¿Lo recuerdas? Cuando recibimos una carta (aún recuerdo el nombre perfectamente), nos enamoramos de su letra. Pues bien, ya sabes, quise escribir de esta manera. Había sido yo quien había mandado la primera carta, y me respondieron. Y, al volver a responder, imité su letra. ¿Y qué pasó? Que no se entendía nada de lo que escribía (ahora me río de esto). Recuerdo que aquella carta la escribí a mano varias veces. Ni yo entendía lo que le decía, pero pensaba que la persona con la que me carteaba me entendería (hacia las “n” como “u”, letra grande y redonda). Pensé: “si esta persona escribe así ya lo entenderá”. Y se la mandé, después de haber escrito varias, probando si llegaba a entenderme yo misma. Cosa que no conseguí.

Y recuerdas qué sucedió, ¿verdad? Que cuando ella volvió a responder, nos dijo que no había entendido nada de la carta. Que la letra de la primera carta y la segunda no tenían nada que ver, que no era la misma letra, etc. Como sabes, esto causó otra decepción en mí. Trataba y trataba de ser otra persona y no lo conseguía. Y no entendía por qué.

¿Por qué a mí no me funcionaba lo mismo que a los demás?, ¿por qué imitando lo que gustaba de otros no gustaba en mí?... cada vez entendía menos cosas. Era un personaje con una mezcla de papeles nada definidos.

Lo que sí sé ahora es que es más difícil ser otro que ser tú. Pero me costó. Y mucho. Quiero pedirte perdón por no haberme dado cuenta antes.

Durante una época también fui al psicólogo. ¿Lo recuerdas? Me dijo en una de las sesiones: “Imagínate que tengo una varita mágica y puedo concederte 3 deseos. ¿Qué me pedirías?
Cuando me dijo estas palabras note alguna cosa dentro de mí. Como una luz. Esperanza. Fuego. Deseé con todas mis fuerzas que mi psicóloga tuviese esta barita mágica de verdad y pudiese concederme estos deseos. ¿Lo recuerdas? Mis respuestas fueron:
1. Ser invisible.
2. Ponerme en la cabeza de las otras personas para saber qué piensan de mí.
3. Poder ir disfrazada o con una máscara por la calle aunque no sea carnaval. (Ya sabes lo que hemos llorado mirando la película Wonder)

Tuve que argumentarle cada uno de los tres deseos. Y aunque hace muchos años, recuerdo perfectamente esta y otras sesiones. Recuerdo dibujos, recuerdo palabras… recuerdo muchas de las conversaciones con mi psicóloga. Y recuerdo mucho estos tres deseos, porque a día de hoy siguen significando mucho para mí, pero con otro argumento al que tenían por aquel entonces. Ahora sigo queriendo ser invisible. Pero quiero estar aquí. Quiero estar, incluso en primera fila, pero detrás.
Ponerme en la cabeza de las otras personas para saber que piensan de mí, no exactamente así. No quiero ponerme en su cabeza y no quiero saber qué piensan de mí. Sino que, a través de Coraliness, llegarles a su cabeza de forma positiva. Con valores positivos. Con mensajes agradables. Y no llegarles yo, sino las historias de las happisetas y las happisetas como tal. 
Poder ir disfrazada o con una máscara por la calle aunque no sea carnaval. Ahora lo llamo vestirme como me apetezca. Con esto no quiero decir que considere que vaya disfrazada. Con esto quiero decir que antes quería vestirme para pasar desapercibida. Ahora me pongo lo que me apetece. Puedo llevar un abrigo de pelo blanco y unas bambas fucsia en invierno, unos botines en verano… Si me encuentro cómoda con ello, me lo pongo. No busco ni pasar desapercibida ni lo contrario. Ahora busco que realmente, lo que llevo, signifique que soy yo misma. Sentirme identificada. Independientemente de lo que lleve y de lo que se lleve.    

Quiero pedirte, por encima de todo, perdón por haber dejado de quererte, de valorarte. Por no darme cuenta que eres lo más importante en mi vida. Ya lo sabes, éramos felices, alegres, risueñas, con muchos sueños… y ya nos parecía bien como estábamos. Con nuestro cuerpo, nuestra cara, nuestros pies, nuestras uñas y nuestro ¡pelo! Nuestros amigos, nuestros lugares, nuestras comidas, nuestras aventuras…

Hasta que se truncó todo. POR MI CULPA. Yo no culpo a nadie. Solamente a mí misma. Sea malo o bueno lo que recibas, sea malo o bueno lo que te digan… si escoges hacer caso de lo negativo eres tu quien lo elige. Yo elegí hacer caso de lo negativo que recibía y no creerme lo positivo que me decían.   

Ahora, lo que elijo es decirme a mí misma cosas bonitas. Es leer para alimentar mi corazón. Es mirarme al espejo y hablarme. Es dar las gracias por seguir existiendo cada día antes de irme a dormir. Es hacer cosas buenas para mí y para los demás. Si lo siento, el burro delante. Ahora mi primera opción eres tú. Esta pequeñaja que cumple ya 34 añazos. Que sigue teniendo mucho más de ti en esta fotografía que en todas las que vinieron años después. Ahora, como le dije a una amiga el otro día: creo que  “ya estoy preparada para ser querida”. Ahora estoy preparada para dejarme querer. ¡Vamos a ser felices para siempre, te lo prometo!

Ahora solo quiero quererte. Y quiero interpretar un único papel, el más importante de nuestra vida. El de ser yo misma. Tal cual. Sin disfraces. Sin imitaciones. Siempre digo que prefiero ser la oveja negra del rebaño que una más de las blancas. Y no por marginada. Sino por diferente. Por única. Y así es como deberíamos querer ser todos. Ser nosotros mismos. No uno más del rebaño mundo llamado sociedad. Porque tú eres tu mejor, o tu peor, compañero de viaje. Ahora solo quiero usar toda nuestra energía en quererte. Y quererte el doble, por todas las veces que te he querido la mitad.  


Podría decirte infinitas cosas más, pero la intención era pedirte perdón por todo lo malo que hemos vivido. Y dejarlo atrás para siempre. Y comenzar estos 34 diciéndote que nunca más trataré de ser otra persona que no seas tú. Que no sea yo. Somos una. Somos Coral. Es más fácil ser uno mismo que tratar de ser otra persona. Quiero decirte que te quiero, que nunca más te abandonaré, y que a partir de ahora te respetaré, amaré, mimaré por siempre jamás.

¡Súper feliz cumpleaños, pequeñaja!

Te quiero. Me quiero.

Carta a mí misma 
(18.01.2019)






Comentarios

Entradas populares de este blog

El sonido del ruido

¿Esperar de?

Acuérdate de vivir mientras esperas